domingo, 4 de agosto de 2013

Segunda Entrega "Fantasías mortales"


Unas semanas después, luego de soñar con ella día y noche, como por arte de magia me la encontré.
No tenía nada de ella, porque la cinta de la grabación de su historia por alguna razón se había estropeado y nunca la pude reproducir. Así que con serias dudas de que hubiese sido real, ella estaba allí y no lo podía creer.

 En el lugar menos pensado. Era de tarde y la lluvia que había empezado hacía un par de días no daba tregua. Cada tanto el sol se asomaba clandestinamente hasta que la lluvia lo volvía a interceptar. Yo llevaba mucha prisa, con mi esposa teníamos una cita en un restaurant de moda para cenar con una pareja de amigos. Tenía como media hora de retraso y para empeorar las cosas, todos alrededor parecían llevar el mismo afán, por lo cual los trescientos metros que tenía que caminar para llegar a donde tenía el auto aparcado, se volvieron infernales. Y cual si fuera el infierno, el mismo diablo se hizo presente. Ahí estaba ella, desencajando de la multitud y de la monotonía. Parecía que tenía una porción de viento reservado para ella, porque su pelo, brillante y hermoso se agitaba de un lado a otro. La lluvia no la había tocado tampoco, de hecho había dejado de llover en ese instante. Estaba inmóvil, con una mano en la cadera, parada en medio de la acera. Nadie la empujaba, nadie la rozaba, tampoco reparaban en ella, ahora que lo pienso era como si solo yo la estuviese viendo. Sonreía sexy y descaradamente y para mí el mundo se detuvo exactamente alrededor de ella.

-         Hola periodista – me dijo levantando coquetamente una mano.
-         ¿Qué haces aquí? – no sé porque diablo pregunté eso.

Ahí estaba, la mujer de mis fantasías, observándome con deseo (al menos eso quería creer yo) Tuve el impulso de besarla pero me contuve y aguardé su respuesta.

-         Acabo de terminar un trabajo – me dijo tajante pero amable.

No quise preguntar más porque tenía presente el hecho de haberla conocido mientras estaba esposada en la delegación y nunca supe cuáles fueron los cargos. Me estaba armando de valor para invitarle una copa cuando la sirena de una ambulancia interrumpió mis pensamientos. Noté que las personas se movían con prisa porque algo había ocurrido una calle adelante. Tendría que haberme interesado porque me dedico a las crónicas urbanas, accidentes, asaltos o cualquier actividad violenta, pero no, solo me interesaba ella.

Sin decir ninguna palabra, se acercó más de lo debido a mi cuerpo, pude sentir sus senos turgentes contra mi pecho y su mano acariciando mi abdomen y descendiendo, rosando mi entrepierna y extrayendo de uno de los bolsillos de mi pantalón mi cajetilla de cigarrillos. Sacó uno, se lo llevó a los labios y devolvió la cajetilla al mismo bolsillo, rosando ésta vez con más detenimiento mi erección. Por un segundo me pude perder en el exquisito olor de su pelo, cuyos mechones el viento había hecho que azotaran mi cara – No te imaginas todos los sueños que tuve contigo – le dije sin medir mis palabras.

Se separó de mí para que le encendiera el cigarrillo. Comenzó a fumar y mirándome por el rabillo del ojo me dijo – Las fantasías nos liberan o nos condenan – y comenzó a relatarme algo:


Una fantasía inesperada

Y sin embargo, seguía lloviendo cuando él se dispuso a subir al ómnibus.
Muchas personas a bordo pero no más de lo habitual, por lo que quizás él podría encontrar un asiento vacío y de hecho así fue,  como un día de suerte, donde precisamente le tocaba una hermosa compañera de viaje, cuyo perfume lo invitaba a acercarse aún más de lo convencional.
Trecientos metros después de que el ómnibus reanudara la marcha, la señorita, ahora objeto de sus fantasías, se levantó, tocó el timbre y se bajó en una de esas tantas calles poco memorables que se perdían en la ciudad. Pero el perfume siguió presente en el registro de Matías,  hasta que algo lo sacudió abruptamente de sus sueños. Fue como el atropello demoledor de un enorme animal que olía a… comida refrita. Con cierta cautela, como si temiera lo peor, giró lentamente la cabeza para descubrir a quien se acababa de sentar junto a él, sus ojos lentamente iban descubriendo unos enormes muslos que lo obligaban a cerrar las piernas más de lo usual. Y no podía evitar la repulsión que invadía su espacio. Una mujer de unos 120 kilos ahora reemplazaba a la joven, que unos minutos atrás lo invitaba a soñar, simplemente la excitación  se había esfumado en el aliento sofocado de su nueva acompañante. Y cuando al fin se encontró con un rostro, duro y fruncido, la mujer levanto el mentón en un ademán desafiante. Era como un rinoceronte embravecido, pensó él, quien no tenía nada que decir y aunque así hubiese sido, jamás lo habría hecho pues terminó bajando la cabeza y desde lo bajo, mirando la lluvia que golpeaba la ventana. Ganas de huir.

Se quedó dormido por un par minutos hasta que el frenazo del ómnibus lo trajo violentamente al mundo tangible.  Sin embargo, sus ojos estaban empañados ahora, como si la visión de la ventana se le hubiera quedado impregnada en la retina y fue ahí cuando en medio de esa neblina confusa vio una silueta extraña abordar el ómnibus, abrió y cerró los ojos varias veces para que la imagen se volviera más nítida. La silueta era un hombre de unos 30 años, vestido con ropa de obrero, era muy alto y delgado, era como si hubiesen estirado su cuerpo más allá de su volumen corporal, olvidando las proporciones estéticamente permitidas, pero eso no era lo más inquietante, si no la motosierra que traía oscilando en su mano izquierda, como si se tratase de un objeto cualquiera. Intentó encontrar los ojos en esa cara confusa, quería encontrarle  algún indicio de desquicies en la mirada.

A media hora de distancia de su destino, la lluvia castigaba con fuerza la calle y había una tensión enclaustrada dentro del ómnibus, en el cual él miraba continuamente en dirección al hombre parado con la motosierra en la mano y pensaba  – Quizás no se sienta porque es más fácil empezar un ataque desde esa perspectiva – Un ataque? – se sorprendía pensando.


El hombre de la motosierra también se perdía en sus pensamientos y miraba el interior del ómnibus a través del reflejo de la ventana empañada. Todas y cada una de las personas, tantas historias reunidas en un solo lugar creando una sola e irrepetible historia llena de instantes distantes unos de otros.

De pronto un motor sonó seco y ronco rompiendo la monotonía de los sonidos habituales de la calle, a pesar de los truenos, a pesar de las conversaciones y la música en los auriculares, fue un sonido que congeló el mundo. 
El hombre de la motosierra ésta ves dejó ver su sonrisa furibunda y su mirada condenada y giró con una frialdad absoluta, moviendo la motosierra como un cirujano mueve el bisturí, dibujando ésta ves promesas de muerte certera.

El sentía que el miedo era su más poderoso compañero y solo imaginaba que la mujer gorda que lo acompañaba sería un escudo perfecto que lo libraría de unos segundos de dolor, porque no habría escapatoria, todo se desarrollaba a una velocidad tal que los gritos no llegaban a opacar el llanto, era como si todos conocieran con desoladora certeza el destino de sangre que los aguardaba.

Ahora las ventanas se empañaban con el aliento del miedo y a continuación la lluvia afuera era rojo rubí. Inútilmente algunos se escabullían debajo de los asientos, mientras las puertas no se abrían y la marcha no paraba, era una prisión cuyas sentencias se cumplían en una fracción de segundo.

Él veía los veintiséis años de su vida escabullirse sin clemencia, como la arena se escabullía de sus manos un día en la playa, unos años atrás, un día feliz, porque estaba vivo y las amenazas estaban lejos.


Entonces… al fin el ómnibus detuvo la marcha, lentamente, como si la fuerza de unos pies inertes se haya ido acabando y finalmente la inercia fuese interrumpida por algún encuentro obstaculizador, pero con un simple y seco golpe. El motor de la motosierra ya no se escuchaba, ya no había gritos ni llanto, el cuerpo de la mujer a su lado era tibio y se movía… entonces él salió de su ensoñación como si hubiera estado en un trance macabro.

Se oían las voces de personas hablando y él fue elevando la mirada, no había lluvia roja, no había miedo, todo estaba como lo había dejado antes de fundirse en sus oscuras fantasías.  El hombre de la motosierra en ese preciso momento estaba descendiendo del ómnibus, regresaba a casa luego de un largo día de trabajo.

Y ahora también EL llegaba a su destino, sonreía mientras pisaba la acera y respiraba hondo pensando que finalmente estaba vivo. Una tarde de lluvia, una bella compañera, luego la intromisión grosera a sus fantasías de una mujer desagradable, un asesino en serie y unos rayos de sol rompiendo las nubes creando un cuadro de incongruente apatía.

El semáforo se puso en rojo y EL cruzaba la avenida aún con media sonrisa contenida en su rostro. Llegó al paseo central y el semáforo habilitó el tránsito, aceleró el paso dando grandes zancadas y mirando en dirección a los vehículos que avanzaban hacia él, cuando imprevistamente una moto en su mismo afán, y con su mismo objetivo, se adelantó impactando contra su cuerpo, el cual salió despedido y cayó en el asfalto mojado, donde un gran camión iba sellando su paso.

Entonces el pavimento se tiñó de rojo.


Me desperté y no podía recordar nada, bueno algo, la noche anterior en el restaurant, estaba mi esposa y mis amigos y yo me había embriagado. Pero antes de eso… Sí, me había encontrado con ella, Asexina, quien me contó una extraña historia y luego empezó a llover y se perdió en la multitud. Se había fumado todos mis cigarrillos, pero había algo más, una sensación de angustia.

Terminé de levantarme y empecé a leer el periódico. El titular decía acerca de un accidente que había ocurrido el día anterior  “Moto cierra el paso de un hombre y produce un accidente de tránsito con derivación fatal…”

Me quedé helado recordando lo último que ella me dijo concluyendo su historia:


¿La vida está llena de señales o de presagios, o hay una psicosis que antecede la muerte? Como sea, El había llegado a su destino.


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