Las Historias de Asexina

Perversa y cruel, Asexina navega por el submundo de la noche, viviendo experiencias, recopilando historias de gore, sexo, horror y violencia. Pero ademas de hermosa es despiadada y tras cada relato de sangre está su sombra plasmada.

La Habitación oscura

"En medio de las penumbras empezó a dibujarse una figura, era tan fugas y estaba tan inmersa en la nada que podría ignorarse si no fuera porque era lo único que luchaba contra toda esa oscuridad. Era imposible conocer las dimensiones de la habitación y cuando ella grito, el sonido no tuvo retorno. Caminó en dirección a la forma que danzaba torpemente en la nada, como las partículas de polvo lo hacen en los hilos de sol que se filtran por la ventana, cada mañana. Contrario a lo que esperaba la imagen difusa no se disfrazó de su cuerpo, si no que adquirió un cuerpo propio, y que se encontró con un rostro conocido frente a sus ojos. Y tras el sujeto que acababa de traspasar toda la oscuridad se bosquejaba, cual si fuera su sombra, todo un escenario, confuso al principio, pero muy claro después"

Fantasías Mortales

Mucho cuidado con lo que imaginas

La última escena

Una distorsión al principio se propagará y dará lugar a las más terribles perversiones

Removiendo las cenizas

Esa dulzura asesina

jueves, 22 de agosto de 2013

Sexta Entrega de las Historias de Asexina "Removiendo las Cenizas"


Removiendo las Cenizas

La carretera estaba oscura y el asfalto humedecido por la llovizna. En una patrullera de policía iba conduciendo el oficial Frans Sevilla y lo acompañaba su novia, una bella joven mujer de 23 años, con quien llevaba saliendo más de un año. Ella, Mariana, era alta, morena, pelo largo y ensortijado, trabajaba en una agencia fúnebre, su apariencia jovial y angelical contrastaba completamente con el frio mortecino de un cadáver. Había tenido un par de novios antes de Frans, pero con ninguno había llegado a intimar, ésta noche sería su “primera vez” y sentía una gran expectativa.

A él las emociones no le eran ajenas. Se había divorciado hacía unos 6 meses, cuando conoció a Mariana, su matrimonio estaba en crisis. El día que él le presentó a Mariana los papeles del trámite del divorcio de su esposa, ella aceptó empezar a salir con él.  Seis meses después, ya era un hombre libre y la relación estaba tan afianzada que ella no dudaba en liberar la tensión sexual con él.

Pero querían hacerlo en un lugar diferente, de una manera que descentrara la atención de su virginidad y solo les ofreciera la emoción del momento. Por eso Frans conducía lejos de la ciudad, hacia una casa en la cual dos semanas atrás hubo un doble crimen y por lo tanto estaba abandonada.  Los vecinos habían denunciado la manifestación de eventos extraños dentro de la casa, como luces que se prendían y apagaban, gritos desgarradores, fuego incipiente que luego desaparecía espontáneamente, objetos que se rompían, e incluso sonido de disparos. La policía no pudo comprobar nada por lo que descartaron la veracidad de las denuncias. Todo esto convertía a la casa en un escenario completamente estimulante para ambos.  Aún más considerando que los vecinos ya no querían siquiera asomarse por los alrededores. No habría testigos.

Iba sonado el disco “Famous Monsters” de Misfits a un volumen intolerable dentro del coche, por cuyas ventanillas, a medio descender, escapaba el sonido y el humo de marihuana. Ella fumaba y mal entonaba una canción.  Él quien conducía, reía y bebía largos sorbos de tequila de la botella, intentando ahogar su ansiedad, cuando frenó de improviso.  Se habían detenido frente a una casa que hacía pensar en “Ciudad Gótica” se veía tétrica y distante, como si jamás alguien de éste mundo pudiera habitar allí. Su infraestructura no era algo del otro mundo, pero el aire que se infiltraba a través de sus muros sí. Grandes ventanales que observaban como ojos helados. El viento parecía circundarla, sin atreverse a pasar por ella.

Él tragó saliva y ella exclamó – ufff ¡es genial! –
-          Nada de eso – se apresuró él a responder y se llevó de nuevo la botella a la boca. Ella le arrebató la botella y se bebió lo último que quedaba y a continuación comenzó a simular una felación con la botella vacía y luego a reír como una demente – ¿Eres traviesa no? – le inquirió él con cierto deseo. Ella inclinó medio cuerpo para adelante y llevó ambas manos al suelo, permaneció allí unos segundos y luego se incorporó portando dos botellas de vodka a modo de trofeo. Comenzaron a reír – ¡Vamos! – dijeron casi al unísono.
Mariana descendió del auto con sus provisiones para la “fiesta” las dos botellas de vodka, cigarrillos, encendedor, marihuana y sus malas intenciones. Ingresó al jardín de la casa dando saltitos a lo largo del sendero. Frans la siguió, no sin antes enfundarse el arma y tomar las esposas “por si acaso…” pensó. También se llevó una linterna y se puso en el  bolsillo una bolsita de coca.

Él adelantó el paso y forzó la puerta, la cual cedió sin ninguna oposición y se abrió por completo, como si los invitara a pasar. Entró sin vacilar mientras ella lo aguardaba intentando abrir una de las botellas con los dientes. Él estaba buscando la caja de fusibles, en un par de minutos era obvio que lo había conseguido porque un par de luces se encendieron dentro de la casa. Se asomó a la puerta a observar a Mariana, quien lucía esplendida bajo la tenue luz de la luna, tanto, que incluso sus ojos parecían brillar. Le pasó una mano invitándola a pasar. Ella la tomó de buena gana pues “El momento había llegado”.

El interior de la casa contrastaba con el exterior, pues todo se veía cálido, a excepción de algunos objetos que estaban desparramados en el suelo y un par de muebles ligeramente fuera de lugar, todo lo demás estaba perfectamente coordinando, había un orden casi artístico. Era sorprendente, pero todo lucía nuevo, perfectamente conservado, el polvo que usualmente se asienta sobre los muebles era inexistente y todo esto volvía la atmosfera algo extraña. Era como si alguien siguiera habitando la casa.

Mariana corrió escaleras arriba, desprendiéndose la falda y dejándola deslizarse por sus piernas, esto casi provocó su caída. Volvió a reír a todo pulmón sin tener consciencia de que una caída podría haberle resultado mortal. Entre tanto Frans, observaba todo apacible, intentando imaginar cómo se desencadenó aquel doble crimen, cuyo expediente estaba cerrado, caratulado como asesinato y suicidio, no había ninguna duda. Se trataba de una pareja que llevaba 20 años de matrimonio. La mujer había disparado 5 tiros contra su esposo y posteriormente se había suicidado. El móvil del crimen, los celos, la mujer había descubierto que su esposo tenía una amante. 

Un grito desesperado lo sacó abruptamente de sus pensamientos. Corrió escaleras arriba y se encontró con Mariana, desnuda, cubriéndose la cara con las manos, estaba parada en la puerta de la habitación que habría pertenecido al matrimonio y precisamente donde se había producido el crimen. Había sangre por todos lados, en la cama, el suelo y las paredes. Aún estaban las líneas de seguridad que utilizan los investigadores de criminalística. A Frans le sorprendió que aún no se hubiese limpiado la escena del crimen – No toques nada…- le murmuró a Mariana

-          La sangre parece fresca Frans – dijo ella sin descubrirse los ojos, era un gesto tan aniñado que Frans sintió el impulso de abrazarla y así lo hizo – Solo es impresión tuya cariño – pero él no estaba convencido, aun así prefirió no salir de la duda.

Él la animo dándole una fuerte palmada en una nalga y ella huyó corriendo a lo largo del pasillo. De nuevo el estruendo de su risa inundaba la casa. Él se peinó con las manos – Iré por las botellas – le gritó. Ella no respondió.

Mientras descendía las escaleras vio de reojo una figura moverse abajo, a su derecha. Sintió un golpe de miedo que lo paralizó. Giro la cabeza lentamente pero no había nada “Es solo sugestión” pensó, pero en el fondo quería salir huyendo. En la alfombra una de las botellas se movía como si terminara su giro en el “juego de la botella”.

-          ¿Mariana?– dijo él simulando calma. ¿Pero de qué manera pudo haber llegado ahí abajo? No tenía sentido – Ya sé que estás aquí chica traviesa- le gritó de nuevo.

No hubo respuesta.

Tomó las botellas y subió rápidamente las escaleras, busco por el pasillo hasta encontrar una puerta abierta. Era la habitación de un adolescente (o lo había sido antes) las paredes plagadas de posters de bandas de rock, la mesa de computadora vacía, al igual que la pequeña biblioteca y el closet. Había un estéreo pero no había discos cerca. Se notaba que quien habitaba esa habitación la abandonó con cierta prisa. Mariana estaba sentada en la cama fumando marihuana – Quiero escuchar música – le dijo a Frans unos segundos después de percatarse de que él estaba ahí. –Voy a tratar de sintonizar algo – dijo Frans sin poder dejar de pensar que Mariana estuvo todo el tiempo sentada ahí lo que significaba que ahí abajo… era mejor dejar de pensar en eso. 

Manipulando el estéreo descubrió un disco olvidado adentro. Presionó un botón y empezó a sonar “Punks Not Dead” de Expoited. Mariana dio un brincó y comenzó a bailar como poseída. Mientras ella intentaba entonar la canción él preparaba dos tiras de coca sobre la impoluta mesa de la computadora inexistente. Se metió una línea y por un momento su dulce chica detuvo su danza para imitarlo. Ella volvió a brincar. Él se sacó la camisa, puso el arma calibre 38, la linterna, las esposas y una caja de cerillos sobre la mesa.  Se quitó los pantalones. Caminó hacia ella y la obligó a estarse quieta, le tomó la cara con una mano y empezó a lamerle el cuello y luego el mentón. 

Comenzaron a besarse apasionadamente. La arrojó a la cama. Siguió besándola, labios, cuello, senos, cintura. Ella le acariciaba la cabeza, luego sus fuertes brazos marcados, llenos de tatuajes, cuyas imágenes ella conocía muy bien, pero ahora cobraban extrañas formas. Ella lo deseaba con locura y aún más cuando él se dedicó a besar su entrepierna con maestría. – Te quiero dentro de mí – le rogó ella, a lo que él respondió rápidamente, escalando hasta sus labios, con la cara empapada, la beso y ella se abrazó a su cuello con sus brazos y a su cintura con sus piernas – Te amo Frans – le dijo con vos melodiosa – Te amo preciosa – le respondió él, pero había un problema. No tenía una erección. Ella quien esperaba ansiosa el momento, se movía buscando el contacto con su miembro. Él se separó  un poco de ella, suspirando, intentando mantener la calma. – Dame un momento cariño – comenzó a disculparse y quería decirle “hace rato vi algo muy raro allá abajo y no consigo concentrarme” pero no lo dijo. Quizás había bebido demasiado.

Ella se incorporó y permaneció sentada, decepcionada, ya no sonreía.

-     ¿Te has estado acostando con alguien más? – inquirió ella, él no respondió, se limitó a emitir una risa burlona.

       - ¿Qué quiere decir eso? O no pudiste olvidar a la perra – ella comenzaba a elevar la voz enfurecida.

- Calma Mariana, no digas idioteces – balbuceó él.

- ¡Sé que sigues enamorado de ella! ¡Vuelve con tu puta esposa! –

-  No tiene nada que ver con ella –

-   Entonces…. ¿el problema soy yo? –

-    No…- comenzó a tratar de explicar Frans, pero ella volvió a interrumpirlo.

       - ¡Es que no soy como ella! ¿Es eso? ¡No soy una maldita zorra como ella! -

-  Mariana… - la mencionó, pero él ya había perdido el hilo de la discusión, la empujó de nuevo a la cama y de nuevo comenzó a besarle y acariciarla, ella lloraba pero pronto se entregó a sus besos. De nuevo lo mismo. Nada funcionaba.

Se sentó en la cama de manera abrupta y se tomó la cabeza. Nadie dijo nada por un par de minutos. 

Ella se levantó y empezó a caminar por la habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho y resoplando y sollozando, luego tomó la botella de vodka y comenzó a beber largos tragos – Ya es suficiente Mariana – le suplicó él – Ven aquí – y la invitó a sentarse junto a él.  Ella lo miro con desdén y se dirigió al otro lado de la cama, donde permaneció de pie, a sus espaldas –No me dices nada Frans… no me quieres decir… te andas revolcando con tu ex esposa –

-          No te haría eso nena....-

-          ¡Claro! – gritó ella – No me harías “eso” a mí, no me follarías como a ella ¿eso es lo que quieres decir? ¡Dime!- Estaba vehemente

-          Mariana, no me acuesto con mi ex –

-          ¿O quieres decir? Que tú, un maldito policía corrupto y adicto es un hombre fiel ¿Tienes doble moral?- bebía y continuaba – ¡Maldito hijo de puta! 
– y cuando terminó de decir esto le dio un fuerte golpe a Frans en la cabeza, con la botella cargada, él trató de levantarse, pero no pudo, y ella lo volvió a golpear, entonces comenzó a brotar sangre, sus movimientos fueron inútiles, un tercer golpe con la botella le hizo ver la oscuridad total y cayó al suelo.

  Ella habría querido romper la botella en la cabeza de él, pero el cristal nunca se quebró, más la cabeza de Frans si, y ahora él yacía en el suelo con un charco de sangre que iba ganado terreno alrededor de su sien.

Ella arrojó la botella a la cama y trepó por encima de ella para llegar hasta el otro lado y ver mejor el cuerpo de quien fuera su novio, tendido en el piso. Comenzó a llorar. Lo hizo girar con bastante dificultad, ya que era un hombre enorme, y comenzó a besarle. La impresión de ella era que él no tenía signos vitales.  

-          Te amo – le dijo entre sollozos, acariciándole la cara y besándolo. Luego siguió besando su cuello, pechos, abdomen, mientras con una mano se estimulaba ella misma la entrepierna. Se introdujo el miembro flácido en la boca y comenzó a succionarlo. Ahora ella solo gemía. Él dolor y la angustia de ver a su amado sin vida parecía no ser más que un acontecimiento sin importancia. Estaba completamente excitada. Se montó sobre la pelvis del cadáver friccionando su propio sexo contra él. Se movió frenéticamente hasta que estalló en el clímax, pero no se detuvo, siguió una y otra vez hasta que cayó exhausta al suelo, como en un trance macabro.

Cuando recuperó el aliento, se levantó como si nada hubiese sucedido y empezó a regar el contenido de la otra botella de vodka por toda la habitación. Luego buscó alguna de sus prendas. Tomó las llaves del auto y el arma que Frans había dejado sobre la mesa de la computadora. También tomó la caja de cerillos y observó el cuerpo inerte.

Trató de encender un cerillo, pero la caja estaba humedecida, entonces recordó el encendedor que antes había estado usando – ¿Dónde diablos lo dejé? – se preguntó a sí misma, cuando a lo lejos visualizó el “zippo” que estaba debajo de la cama. 

Brincó hasta la cama y se montó a ella procurando un ángulo favorable para tomar el encendedor – Bingo – festejó cuando lo tuvo entre los dedos y se disponía a volver a su propósito cuando una enorme mano le tomó la nuca con fuerza y le apretó la cara contra el colchón. Comenzó a ahogarla, ella daba brazadas al aire. Intentaba escapar, pero era presa de alguien con una fuerza brutal.

 Unos segundos antes, Frans había comenzado a volver en sí. Todo era demasiado confuso, pero tenía recuerdos leves de haber tenido a Mariana montada sobre él, gimiendo y gritando, en aquel momento él no podía moverse, pero ahora si, por lo que se incorporó rápidamente, viendo a Mariana tumbada en la cama, distraída hurgando algo en el suelo. Entonces fue el momento oportuno para su venganza. Ella aún no podía notarlo, pero él era quien intentaba asfixiarla contra el colchón. Frans la liberó unos segundos y observó algo en la mesa, detrás de él. Se levantó rápidamente y tomó las esposas.  Ella trató de huir respirando con suma dificultad. Él le propinó una cachetada que la tumbó de nuevo en la cama. La levantó de los cabellos y la arrastró a la ventana, a cuyas rejas la esposó. Parada, mirando hacia la calle, sin poder escapar, y él a sus espaldas.

 Entonces él tomó la pistola que estaba en el suelo y se la introdujo a ella en la boca – Chupa esto nena – él le ordenó. Ella temblaba y lloraba – Entonces ¿disfrutaste mi muerte? – le preguntaba y ella respondió moviendo la cabeza de forma negativa.  Se podía adivinar entre los roces que su lengua daba al frio acero de la  pistola calibre 38, que decía “Por favor no”.  Él arrojó el arma al suelo y la sujetó con ambas manos por la cintura - ¿Esto era lo que querías? – Le gritó y la penetró con tanta fuerza que desgarró su himen, ella gritó más fuerte - ¿eh? ¿Por esto me querías matar? – y la arremetió con más violencia y luego por detrás.

 Cuando solo de manera instintiva, por los estimulos del movimiento,  eyaculó, se retiró de ella. No sintió ningún placer, su corazón despedazado le impedía sentir algo más que dolor. Ahogo su llanto. 

Ella estaba arrodillada,  ensangrentada y sollozando. Él tomó sus pertenencias y el encendedor, se llevó un cigarrillo a la boca y se dispuso a marcharse – Eres un maldito cobarde… - le dijo ella - ¿Vas a dejarme así? – 
A lo que él respondió – Es lo menos que te mereces – y retomó la marcha pero se detuvo de nuevo al escucharla decir – Fuiste el peor que tuve – ella trató de mirarlo – ¿A que te refieres Mariana? maldita sea – Frans comenzó a enfurecerse de nuevo.

-          Amo mi trabajo porque cada noche, cuando estoy sola con los cadáveres, ellos me dan placer – ella continuó con tono macabro y él comenzaba a sentir nauseas – pensé que te amaba y que contigo sería diferente – entonces rio de manera demencial.

-         - Estás muy drogada Mariana, en la mañana volveré por ti – pero ella lo interrumpió

-          - No te imaginas lo que se siente…-

-          - Estás enferma, maldita loca ¡ya cállate!- peor ella no calló, siguió hablando 

    - Ahora entiendo porque te dejó tu esposa ¡Eres un maldito impotente! ¡Ni para estar muerto eres bueno! – él giró y la miro con desprecio, luego avanzó hacia la puerta, encendió su cigarrillo y arrojó a la cama, embebida en vodka, el encendedor.  Pronto la llama del “zippo” se reprodujo. Mariana gritaba presa del pánico.

 Él corrió escaleras abajo y hasta la puerta de salida, subió al coche y arrancó. Pisó el acelerador y  encendió  el reproductor, “Hybrid Moments” sonaba entonces 

"Ohhh baby whe you're crying" ♫

Fumaba su cigarrillo y aceleraba aún más. Por el espejo retrovisor pudo ver como la casa entera donde antes había estado, ahora ardía en llamas. 

Pensó en Mariana. La veía corriendo de arriba abajo, sonriendo, luego en el coche cantando su canción favorita, haciendo travesuras y arrojándose a sus brazos diciéndole “Te amo Frans”. Una tormenta de emociones se desató en sus ojos. Empezó a sollozar, quiso dar vuelta y volver por ella pero su pie derecho se resistía y pisaba con más fuerza el acelerador. Y precisamente cuando cruzaba el puente él perdió el control y el coche cayó cuesta abajo, dando varias vueltas sobre sí mismo. 

Cuando se detuvo,  Frans estaba cabeza abajo, mal herido, sangrando en un lugar indeterminado. No podía moverse. Sabía que los segundos estaban contados, el coche estallaría de un momento a otro, el olor a combustible era asfixiante. 

Pero lo más espeluznante fue cuando miro a su derecha y se encontró con Mariana sentada a su lado, donde debería haber estado cuando salió de la casa. Era un espectro, con medio cuerpo consumido por las llamas, lo miró con reproche y le dijo:

– Frans, tenemos que hablar – y lo apuntaba con un dedo acusador.

La risa demencial de Mariana se volvió un eco rotundo solo sosegado por la explosión del coche.


Frans cerró los ojos y ni siquiera las llamas que posteriormente abrazaron su cuerpo,  pudieron ahogar el horror que sintió.

lunes, 12 de agosto de 2013

Quinta entrega "Infección del Alma"


Como el viento expande los virus, el agua los parásitos, las moscas las bacterias, las personas los rumores… hay inquietudes del alma, que una vez descubiertas, también se expanden, corrompiendo la humanidad entera.


Ella, con 30 años, y 8 relaciones mal logradas en los últimos 10 años. Era una mujer tradicional. Había terminado la carrera de contabilidad y letras y tenía su propia oficina contable. Anhelaba casarse pero ninguna relación se consolidaba de manera tal que ese propósito pudiera cumplirse. El problema le parecía tan superficial y banal, que se negaba a creer que el amor dependiera de algo tan básico y animal como era el sexo. A pesar de esto, siempre buscó la opinión profesional, se sometió a estudios e hizo todo lo que le recomendaron. La conclusión final fue que su Frigidez tenía un origen psicológico.
Pero su apatía no era solamente hacia el sexo, era en general. Sus amigas siempre le instaban a que hiciera algo emocionante, danza, paracaidismo, kung fu  etc. Pero nada de eso iba con ella.

-          Me siento frustrado – le había explicado Juan – Hice todo lo que se suponía que tenía que hacer, Lo siento Di – concluyó y se marchó. Diana no intentó detenerlo, pero se pasó la noche entera llorando un nuevo fracaso amoroso.

Al día siguiente se levantó con un nuevo propósito. Haría algo para impresionar a Juan, quizás así el reconsideraría volver con ella y recomenzar una nueva y ésta vez emocionante relación llena de sorpresas. Pero no tenía idea de qué podría impresionarlo. Mientras se bebía su té pensaba, pero todo le parecía demasiado arriesgado. Cambiarse el color de pelo, ponerse senos. ¿Vestuario sexy? Se sentiría estúpida, ni siquiera usaba tacones. ¿Porque no podría simplemente seguir amándola por lo que la amo desde el principio? ¿Por qué ella tendría que cambiar, porque no cambiaba él? - Quizás porque yo soy la interesada en que regrese – se respondió a sí misma, pero esa respuesta no la convencía del todo.

Conduciendo camino al trabajo se encontró con un cierre de calle. – ¿Y ahora qué? – era una manifestación de alguna cosa, de la cual a ella no le interesó enterarse. Desvió la calle y buscó en donde aparcar – Calles intransitables – se quejó y frenó bruscamente para no atropellar a un chico que cruzó la calle sin mirar – ¡Idiota! – Le gruñó ella y el chico tomándose la entrepierna con ambas manos en un gesto evidentemente obsceno  le dijo – ¡Toma esto frígida! – ella quedó paralizada y herida en su amor propio. ¿Qué? ¿Acaso se le notaba en la cara? Comenzó a llorar. Los lentes se le cayeron entre las piernas y ella los observó sin sacarlos de allí – No puedo creer que mi vida tenga que girar alrededor de mi vagina – estacionó como pudo y decidió caminar por esa calle desconocida.

Le llamó la atención un gran cartel con la pintura de un dragón. Era majestuoso. Decía “Tattoos” – Que interesante – pensó Diana - ¿Y porque no? – Miró su reloj. No importa, por un día de llegar tarde no pasaría nada.

Entró y vio como un chico oriental de pelo largo y lleno de piercings y tatuajes, trabajaba cuidadosamente sobre la espalda de un cliente. Era la calavera de Exploited. Diana no lo sabía, pero había visto el nombre escrito debajo del dibujo.

-          En un momento la atiendo señora – le dijo el chico oriental

-          Claro, gracias – ella sonrió y tomó un catálogo de dibujos  mientras se sentaba.
Hojeaba y todo era demasiado extravagante y de pronto tuvo una idea genial. Se iba a tatuar el nombre de Juan. Nada sería más perfecto, arriesgado y una prueba de amor y devoción absoluta. Sonreía de satisfacción. Completamente decidida. Cuando le tocó su turno le explicó al artista lo que quería, éste le mostró las opciones de letras y ella prácticamente se lo dejó a su elección. – ¿En que parte del cuerpo lo quiere? – preguntó el chico. Ella dudaba. Entonces se animó a confesarle que era una sorpresa para su novio.  El chico la analizó de arriba abajo con absoluto profesionalismo. Ella tenía un buen cuerpo, no impresionante, pero agradable.

-          En la espalda baja sería muy sexy, pero eso depende de usted – le sugirió
-          Perfecto, es solo para que lo vea él – sonrió ella

Se bajó levemente el pantalón y se tumbó en la camilla de trabajó boca para abajo. Estaba emocionada, aunque sentía un poco de miedo. El chico le dijo – tranquila, voy a desinfectar el área – y así lo hizo. La máquina de tatuar empezó a vibrar con su sonido característico. Brrrrrrrrr y acercó la aguja a su piel, ella tembló – Ufff – suspiró – perdona- le dijo

-          No pasa nada – respondió él y empezó a clavar la aguja en su piel.

Dolor inicial. Pequeñas vibraciones en la piel. Una sensación nueva. El miedo se diluía. Era muy estimulante. Su corazón latía a prisa. Los músculos de su pelvis se contraían. Sentía una maravillosa corriente de energía que recorría su cuerpo, la besaba y le hacía el amor como nunca antes nadie lo había hecho.  Fue un momento de gloria y fue eterno. Cuando él terminó ella se sentía relajada y feliz. El chico le dio recomendaciones de cómo cuidar el tatuaje para que la piel irritada no se le infectara. Ella asintió, agradeció, le pagó y se marchó.

No podía esperar a que llegara la noche para sorprender a Juan en su casa. Tampoco podía dejar de pensar en aquel momento mágico mientras la aguja castigaba, penetrando su piel como un amante perverso.

Compró lencería sexy, algo negro con encaje rojo. El encaje de sus bragas hacia contacto con el tatuaje, al cual ella le había retirado la venda protectora, sentía el ardor de la piel pero le fue indiferente  – ¿De qué otra forma lo podría ver Juan? – pensó.
Llegó el momento, se presentó en la puerta de Juan, quien se sorprendió gratamente al verla tan arreglada y con una actitud diferente. – Hola – dijo ella y levantó la mano para mostrarle una botella de vino tinto – Hola - dijo él e hizo un ademan para que pasara.

Casi no hablaron durante las primeras dos copas de vino, cuando ella se abalanzó sobre él y comenzó a besarlo. Él le respondió apasionadamente.  Quizás no hacía falta el tatuaje, más que para que ella se sintiera una mujer nueva. Cuando la dejó solamente vestida con la lencería, él la observó, suspiró y comenzó a sacarse la ropa también. Ella giró y le enseño el tatuaje con su nombre. Juan no podía con la emoción. Se arrodilló frente a ella y comenzó a besar sus piernas y su espalda, con cuidado de no tocar la piel del tatuaje visiblemente irritada. Le sacó las bragas y le hizo el amor. Ahí de pie cerca de la ventana. Ella estaba feliz, pero no había ninguna sensación placentera y de vez en cuando gemía levemente intentando simular su gozo. Juan iba bajando el ritmo. Obviamente algo desencantado. Entonces ella acudió al recuerdo del momento placentero cuando se sometía al tatuaje. Funcionó. Empezó a darle rienda suelta a su fantasía y a disfrutarlo. Imaginaba muchas agujas clavando diferentes partes de su cuerpo, como una acupuntura sexual. Pero a pesar de los esfuerzos de su mente y el sinfín de sensaciones el orgasmo no llegó. Juan si lo había conseguido y a continuación se sentó desnudo y se sirvió otra copa de vino.

-          Te amo – le dijo ella y se le partía el corazón por no poder darle esa batalla ganada.
Él le tendió la mano y la atrajo hacia él – También te amo nena – le dio un beso – Y es hermoso lo que hiciste por mí – y señaló con orgullo el tatuaje. Ella se arrojó a sus brazos y lo abrazo con todo el amor del mundo. Eso era lo que quería. Había resultado. Un pequeño cambió y el mundo había desviado su curso.

No durmieron juntos, esa misma noche ella regresó a casa. A pesar de la insistencia de él en que se quedara. No quería que condujera con unas copas encima. Pero ella le convenció de que estaría todo bien. Hasta el momento correr riesgos solo había sido satisfactorio.
A la mañana siguiente en lugar de su habitual té, se tomó un brandy. Se miró al espejo – Soy una mujer nueva – se puso una falda en lugar de sus pantalones usuales, grises, azules o negros. Se desprendió la camisa descubriendo un provocativo escote. Y se revolvió el pelo. Nada mal. Condujo al trabajo. De nuevo la manifestación. Desvió la calle y tuvo la extraña sensación de que todo se repetía. – Entonces éste también es un día maravilloso- pensó sonriendo para sí misma en el espejo retrovisor, pero le desencajó un poco su escote vacío. Tanta piel descubierta y se detuvo entonces frente a l  “Dragón”. Saludó al chico oriental quien parecía algo sorprendido.  – Quiero otro tatuaje – le indicó mostrándole un área del escote.
No había clientes en ese momento por lo que el trabajo empezó de inmediato. Quería un pequeño dragón. El dolor le produjo escalofríos y al mismo tiempo un placer incomparable – Ya va a terminar – le indicó él pensando que ella estaba sufriendo, cuando en realidad estaba conteniendo un orgasmo.

-          Perfecto – dijo ella recobrando el aliento – Lo quisiera del otro lado también por favor
-          ¿Está segura? Tendría que esperar al menos 48 horas para que se recupere – le advirtió él, pero en realidad tenía ganas de hacer otras cosas.

-          Le voy a pagar el doble, lo necesito… es decir, voy a viajar en unos días y quisiera que mis tatuajes estén completos – mintió

-          No tiene que pagar el doble señora, lo haré, pero por favor cuide su piel, no se exponga al sol si se va de vacaciones –

-          Quiero otro dragón – ella le indicó un dibujo que colgaba de una de las paredes.
En realidad para ella el dibujo era lo que menos le importaba, solo quería sentir la aguja perforando su piel y la corriente eléctrica besándola una vez más.

Otro orgasmo llegó, más intenso. Se sacudió. - Brrrrrrr – el joven oriental apagó la máquina – ¿Está bien señora?- preguntó algo incrédulo

-          Si, solo fue… - el corazón le latía muy deprisa, transpiraba y toda su entrepierna estaba mojada – fue doloroso – concluyó ella sin tener idea de que pretexto inventar.

-          ¿Seguimos otro día? –

-          No, por favor, termine –

Terminó el dibujo, limpió el excedente de tinta y luego tapó la piel con una venda especial.
-          No se saque las vendas… -

-          Lo sé – interrumpió ella.

Ya era más de medio día, llevaba muchas horas ahí. Pagó y se despidió. El chico le lanzó una mirada inquisidora con sus pequeños ojos  orientales. Pero ella fijó su atención en el piercing que tenía en la ceja izquierda, era uno de los tantos que tenía en la cara. – Y él quiere hablarme de límites – pensó ella, pero no dijo nada más.
Ya en la tarde, de vuelta a casa, no dejaba de rememorar esos momentos deliciosos. No pensaba en Juan. Recordaba las vibraciones maravillosas que la hicieron temblar de placer. El dolor exquisito y exacto de las agujas. Y a su mente volvieron los piercings que tenía en la cara el chico oriental. - ¡Eso es! Eso es lo que necesito – se dijo a sí misma y ya en su cama se durmió con ese propósito. Juan llamó pero ella no contestó, ya estaba profundamente dormida.

Soñó con un ser oscuro y grotesco que martillaba clavos en todo su cuerpo desnudo, luego lamía la sangre que brotaba groseramente por todos lados. Y volvía a martillar. Ella aullaba, pero el placer era extremo.  Se despertó mojada y llena de deseos. En alguna parte de su ser sentía repulsión pero había algo más fuerte que ella. Se llevó una mano a la entrepierna e introdujo un dedo a su vagina y comenzó a moverlo de manera violenta. Nunca antes se había masturbado. Tenía las uñas largas y éstas le rasgaban la piel – Ohhh – gritó y lo hizo con más violencia, siguiendo los movimientos desenfrenados con la pelvis.  El clímax. Su mano ensangrentada. Las sábanas blancas manchadas. Se horrorizó.

Decidió no ir a trabajar esa mañana. El teléfono sonó, era Juan. Ella le dijo que se sentía enferma y que se quedaría en cama. Media hora después él se presentó allí.
El ardor de las heridas en esa zona húmeda era insoportable. No quería que Juan viera sus nuevos tatuajes por lo que permaneció en camiseta. Así que todo resultaba incómodo.
Mientras tomaba el té él le dijo – Tengo algo que confesarte – calló, tomó aire y ella por el contrario contuvo la respiración aguardando una mala noticia – si la otra noche no ibas por mí, yo de todos modos hubiera venido por ti, esa misma noche iba a llamarte – sonrió – por eso me pareció increíble que te presentaras en mi casa. Fui un idiota, no hubiera podido estar lejos de ti – ella en lugar de estar feliz se sintió desolada, como si sintiera un presagio.

-          ¿Estás bien cariño? – le preguntó él, ella estaba ahogando su alma en la taza de té.

-          Estoy bien. Estoy feliz – mintió

-          Entonces ¿te sientes mejor?-  le dijo él levantándose y tomándole de una mano como si la invitara a bailar.

-          Sí... –  y respondió a su invitación

Pero él no quería bailar, quería hacerle el amor. Y así lo hicieron. Y en medio del dolor y las heridas desgarrándose aún más,  ella por primera vez llegó al clímax con un hombre.
Quizás todo esto pasó por alguna razón. No estaba tan mal. Lo hicieron varias veces más hasta que el cansancio y el hambre los venció.



Esa misma tarde Juan regresó a casa. Él quien era agente de seguros, tenía que asistir a una conferencia fuera de la ciudad por lo cual estaría ausente por una semana.  

Cuando Diana se despidió sintió un vacío arrollador y no solo eso, le suplicó que no se fuera, que no la dejara sola – Vas a estar bien mi amor, voy a llamarte a diario, te amo – le había dicho él y subió al auto. Ella lo vio alejarse para siempre de su vida.

Esa tarde luego de dormir un par de horas salió a correr, pero tenía un propósito claro en mente, a pesar de que una parte de ella le exigía que se detuviese.  Aquel ser oscuro con quien había soñado en la mañana le había vaticinado el placer como una condena mortal. 

Pero era como una droga, una compulsión poderosa que la poseía y le nublaba la voluntad.

Llegó a una tienda de “Piercing y Tatuajes”. Se hizo dos tatuajes más, uno en el  brazo y otro en la pierna.  Se puso un piercing en la lengua, labio inferior, ceja derecha, en los pezones y el clítoris.  Ella le ocultó al artista del tatuaje que se había hecho otros tatuajes un día antes. Explicó que su novio había viajado y que ella quería sorprenderlo con un cambio completo de apariencia. Las personas en la tienda habituadas a los personajes extraños solo la observaron con cierto cuidado pero luego la ignoraron. Nadie imaginaba que en su piel se estaba gestando una revolución llena de morbo y horror.

Luego de su festín de dolor, regreso a casa, cerca de la media noche.

Toda su piel ardía, la cabeza parecía estar a punto de estallarle. Trato de comer pero no pudo, sentía nauseas. - Nauseas da ésta nueva Diana – pensó en un momento de claridad, cuando su conciencia pareció librarse de unas cadenas y le ofreció un recuento rápido de toda su lujuria con el dolor y la autoflagelación. Se miró al espejo. No se reconocía. Era ella quien miraba, pero no era su cuerpo ni su cara lo que veía. El mundo no había cambiado su rumbo, había roto su eje y estaba a punto  se estrellarse contra ella.

Se tomó la botella entera de brandi y se quedó dormida en la alfombra.

Soñó con el demonio que con su enorme tridente ardiendo en fuego atravesaba su cuerpo. Ella estaba desesperada y gritaba con horror, veía como partes de su cuerpo se despedían por los aires. Estaba en un infierno tradicional, con más personas como ella siendo torturadas, flageladas, despedazadas y ultrajadas. Angustia. No sentía nada. No sentía dolor por lo tanto no había placer. Había pasado el efecto de las sensaciones que la condujeran al infierno.
Se había terminado la fiesta. Ahora solo restaba la oscuridad que de a poco se fue engullendo todo lo que alcanzaba a ver y allí estaba también, de pie en medio del fuego, Juan, su amor, pero él ya no significaba nada. Se veía muy triste y sacudía la cabeza hasta que también desapareció.

Se despertó muy tarde y de pronto recordó que alguna vez tendría que volver a trabajar. Se sentía terrible. No se había duchado, no había comido y tampoco había atendido el sinfín de llamadas que le había hecho Juan. Ella lo extrañaba, hubiera deseado que estuviese allí para librarla de todo aquello. Para librarla de ella misma. Pero ni siquiera ese anhelo hizo que ella le devolviera una llamada.

Lo siguiente  pasó de una manera vertiginosa ante sus ojos.
En el trabajo no podía concentrarse en nada, delegó tareas al par de personas que trabajaban con ella y salió. Vacío y desolación, sentimientos de culpa, ira, desamor y frustración. Diferentes emociones se agolparon en su pecho.  Pero ella había caído en un remolino y la velocidad en la que iba descendiendo al fondo le hacía sentir demasiado mareada y débil como para huir mientras pudiese.

Nuevos lugares, nuevos tatuajes, piercing en lugares impensados. Desde aquella mañana no regresó nunca más al trabajo. Y tres días después de haber agotado casi todas sus tarjetas de crédito, casi sin efectivo, no haber comido casi nada y haberse bebido cuanta botella de vodka, ron y wiski caía en sus manos, Diana estaba totalmente fuera de sí. Había tenido sexo con desconocidos, en su casa, en el auto, en baños de bares, en una estación de servicio y en callejones oscuros. Le habían robado su laptop, las pocas joyas que tenía y un reproductor de DVDs. En una de esas noches de locura, un drogadicto con quien había tenido sexo en plena calle, se había llevado su móvil. Al final del tercer día le habían robado el auto. Ella no regresó a casa, durmió en la calle.

Despertó como si nunca hubiera dormido. Apestaba, tenía fiebre y se sentía demasiado débil como para levantarse. Se sentía miserable y se percató de que nunca había pensado en las consecuencias, desde que montó aquel tren del riesgo, nunca más se había bajado. Olvido el propósito principal y recordó el propósito del dolor. Quizás éste era el fin. Convulsionó.

Entre tanto Juan angustiado por no tener ninguna noticia de Diana en varios días, abandonó la conferencia y condujo de regreso a la ciudad.


En una dimensión paralela Diana despertaba en sus sabanas limpias, disfrutaba unos instantes del nuevo amanecer y como cada día, tiempo atrás, se dirigía a la ducha.
El agua caliente caía lentamente sobre su cuerpo desnudo. Empezaba a lavar los tatuajes y estos empezaban a desprenderse junto con su piel hasta que solo era un cuerpo desollado bajo la ducha, pero ella se seguía lavando y fue tirando de partes de su carne, que se deshacían fácilmente, hasta ser solo una masa de huesos con algunos trozos carmesí colgándole. Se miró al espejo como de costumbre y dijo “Soy una mujer nueva “.

Se despertó nuevamente sobresaltada en la habitación de un hospital. Había una enfermera que le aplicaba algo al suero y dos médicos conversando entre sí. Cuando se percataron de que ella tenía los ojos abiertos uno de los galenos se apresuró a saludarla y preguntarle como estaba, ella solo asintió, a continuación comenzó a explicarle – Estamos aguardando el resultado de los estudios. Ya la estamos medicando con potentes antibióticos para tratar de revertir las infecciones, tenemos que evitar una septicemia- tragó salida-   Ya hemos llamado a su prometido porque no hemos podido contactar con otro familiar – y calló aguardando alguna pregunta.  

Todos se veían desconcertados. No era para menos, estaban frente a un monstruo con toda la piel infectada y quien sabe cuántas enfermedades venéreas contraídas en esos días de desenfreno. Era obvio que ellos habían recabado algunos datos sobre ella, solo por eso sabían de Juan. Sintió vergüenza y dolor. Pronto supo que el médico que le había hablado era un psiquiatra. Claro, ella no era una paciente equilibrada. La enfermera, quien parecía comprenderlo todo, le sonreía con compasión.

El otro médico le dio una indicación a la enfermera y se marchó, su colega le dedicó una mirada a Diana y fue tras él.

Sola con la enfermera, ésta procedió a extraerle una muestra de sangre. Diana al sentir la aguja experimentó como el vigor volvía. Su corazón se aceleraba. No se lo habían quitado. El dolor penetrante y placentero, lo único que era importante ahora no la había abandonado. La enfermera notó su éxtasis y sintió un profundo pesar. – Por favor… - rogó Diana con un hilo de voz – lo necesito – la enfermera negó con la cabeza, deposito la sangre en un tuvo de ensayo y se marchó llevándose la muestra.

Diana quien no tenía ánimo para una negativa procedió a extraerse la aguja que la conectaba a la vía del suero y comenzó a clavarse, las manos, brazos, rostro. Cuando la enfermera regresó se encontró con la desagradable sorpresa. Manchas de sangre por doquier y la mujer contrayéndose de placer. Llamó al médico, quien observó el terrible escenario y desapareció para regresar rápidamente con otros médicos y dos enfermeros. La limpiaron, vendaron, le cambiaron las sabanas, el camisón, le pusieron otro suero y la ataron a la cama. Diana se resistía a todo pero le aplicaron un sedante y se fundió en sus sueños.

Un par de horas después en un estado de semi conciencia escuchó como el médico le explicaba a la enfermera, con unos papeles en la mano, que la infección estaba retrocediendo, que cuando despertara el psiquiatra hablaría con ella. La recomendación principal era no dejarla sola.  Volvió a su sueño, donde Juan le colocaba un anillo y besaba sus manos. Sus ojos estaban llenos de amor – Sálvame – le decía ella mientras todo su cuerpo empezaba a marchitarse y se volvía tan delgado que el anillo escapó de su dedo y finalmente Juan ya no pudo sostener su mano porque se había hecho añicos.
La enfermera venía con la dosis del antibiótico “salvador”. Sujetó la vía del suero y comenzó a inyectar el medicamento. Los ojos se Diana brillaron al ver la aguja.  La enfermera retiro con cuidado la jeringa sin haber inyectado el contenido e  interpuso un trozo de algodón entre la aguja y la vía, inyectando el antibiótico en él.  A continuación se dirigió al baño, arrojó el algodón embebido en medicamento al retrete e hizo correr el agua.

 La mujer en la cama estaba tan confundida que apenas notó éste extraño procedimiento.
Un poco más tarde la fiebre volvió.  En medio del delirio Diana comenzó a gritar sin sentido. Le aplicaron otro sedante y se rindió. Cuando Juan había llegado ella yacía absolutamente dormida. Previamente a ingresar a la habitación el medico ya le había puesto al tanto del cuadro psiquiátrico de Diana y de su delicada condición. Le habló de una leve mejoría y de un inesperado retroceso, pero que aun así insistirían con otro antibiótico.  Hasta el momento le habían detectado 3 diferentes infecciones. Y aún habría que aguardar el resultado del hemocultivo. Juan se paró junto a la cama y lloró desconsoladamente. Sacó un anillo de su bolsillo y se lo puso en el dedo anular a Diana. Ella lucía como un cadáver lleno de escoriaciones, completamente castigado. Lloró aún más al recordar que solo unos días atrás ella le enseñaba su primer tatuaje.  Le besó la mano – Te amo – susurró y se marchó.
Para la siguiente dosis de antibióticos la enfermera repitió la operación anterior. Estaba cubriéndole el turno a una compañera por lo tanto le tocarían veinticuatro horas más con Diana.

Pero no hizo falta tanto tiempo. Una hora después de que Juan se marchó, Diana tuvo un paro cardio - respiratorio, su cuerpo sucumbió. Septicemia.
Su cuerpo se había envenenado con su propia sangre. La infección había seguido avanzando.
La enfermera, en su absoluta compasión, sintió una satisfacción abrasiva. Recordó como un par de horas antes en una de sus siestas un ángel le guiaba para que liberase un alma atormentada. Había cumplido su misión. Liberó a una pobre mujer de su repulsiva compulsión sexual. Ella, una simple enfermera, era ahora una salvadora.

Mientras caminaba por el pasillo del hospital, con una sonrisa en el rostro su paz se quebrantó. Se detuvo y observó, a través de la puerta entre abierta de una de las habitaciones, a un hombre quien tras un accidente automovilístico era probable que no volviera a caminar. El hombre se quejaba  y su esposa trataba de contenerlo – ¡Así no quiero vivir! – gritaba a lo que la devota esposa respondía – Cariño, el medico dijo que esto podría ser temporal, aún faltan algunos estudios… - la enfermera no alcanzó a escuchar más. Solos sintió la angustia apoderarse de ella una vez más.  


De hecho, con Diana muerta, la infección no se había detenido, continuó expandiéndose, corrompiendo otras almas.

domingo, 11 de agosto de 2013

Cuarta Entrega "La última escena"




El hombre grande y fornido la sujetó de la cintura, ella estaba de espaldas, con una rodilla elevada en una silla, y la cabeza apuntando al piso, el comenzó las embestidas, primero deslizando su miembro lentamente un par de veces y a continuación de manera violenta, y con ese ritmo ella hizo lo suyo, gimió, gritó y dijo todo lo acordado previamente – Hazlo, más duro, ahhh si rómpeme el coño – tan desganada como abatida.

- Corten – ordenó el director
Los actores se separaron de inmediato.
- Ohh Bob – dijo ella con pesar
- Cherry suenas más falsa que el orgasmo de una puta – y comenzaron todos a reír
- Muy gracioso Bob – sonrió ella sin mucho ánimo
- Eres una actriz… - comenzó a decir el director
- Supongo, y nunca me nominarán al Oscar como actriz porno revelación ¿no? – completó ella divertida

Bob sacudió la cabeza, abrió la boca para señalar algo, pero se detuvo, pensó unos segundos y luego le ordenó con cierta dulzura – Tomate unos minutos muñeca – y se alejó.
Llevaba cuatro horas en el estudio, había tenido como ocho diferentes penes dentro de ella en lo que iba del día y jamás recordaría la cara de alguno de ellos.  De un momento a otro era enfermera, azafata, exploradora, viuda solitaria, extranjera sadomasoquista y un sinfín de personalidades que solo usaba para follar. Podría ser el sueño de un ama de casa, pero para ella era una rutina agobiante.

Su primera grabación fue cuando tenía 17. La había filmado su ex novio sin que ella supiera y luego divulgó el vídeo entre todos los compañeros de la secundaria. Al final cada teléfono móvil de la ciudad ya lo había reproducido un sinfín de veces.  Su abuela, religiosa extremista, a penas lo supo la echó de casa. No volvió al colegio y se fue definitivamente de la ciudad.

No entendía por qué tanto drama, a muchas les había pasado. Al fin y al cabo ella solo tuvo sexo con su novio, como lo hacen todas las chicas, el idiota de su ex la filmó y difundió el vídeo como lo hacen muchos. Y su vida no hubiera cambiado pero ahora estaba fuera de casa, desprotegida y a la deriva. Maldita abuela.
Vivió un tiempo con una amiga y su familia, pero luego el padre de ésta empezó a acosarla y a pesar de haber tenido sexo con él una vez para que dejara de molestarla y no tuviese que terminar en la calle, él desagradable hombre obeso de 50 años siguió sediento de lujuria.

Entonces se fue a vivir con un joven músico. Desempleado y adicto. Obviamente esto no iba a terminar bien. Su vida era como el predecible argumento de una película de cuarta categoría.

No pasó una semana hasta que el chico aburrido de acostarse con ella día y noche la obligara acostarse al mismo tiempo con varios de sus amigos. Ella ebria y drogada lo disfrutó y no solo eso, lo hizo de la manera más profesional. Los miraba a los ojos mientras hacía la felación, se movía como bailarina exótica sobre ellos y el sexo anal le propiciaba un placer infinito.

Fue tan increíble verla en acción, que a uno de los cuatro sujetos que se turnaban para follarla de a dos, se le ocurrió filmarla. Y así fue como la historia se repitió y una vez más un video de ella en una situación indecorosa, y no solo con uno, sino con cuatro hombres, de nuevo transitó a través de los teléfonos móviles de toda la ciudad.
El joven músico, con su corta visión empresarial no tuvo mejor idea que cobrar por los servicios de su susodicha novia.  Pero ella no estaba dispuesta a dejarse manosear por ancianos depravados  u obreros apestosos y comenzó a planear su huida cuando alguien se presentó en la casa.

Era uno de los chicos con quien había filmado la orgía. Alto, moreno, ojos verdes. Era muy guapo. Se saludaron como si fuera un visita formal – ¿Cuántos años tienes? – le preguntó él
-          Cumplí 18 hace dos semanas – le dijo ella. Él pareció aliviado.

Ella no pudo evitar soltar una carcajada. Quizás a él ahora se preocupaba la posibilidad de haber infringido la ley.

Se puso seria – ¿Porque quieres saber ahora mi edad? –
El chico se dispuso a hablar pero luego calló porque ella se alejó para luego regresar con un café, que no era para él.

-          Conozco a un productor de películas que está interesado en ti, pero quería estar seguro de que fueras mayor de edad  - le explicó y ella sintió un golpe de felicidad. “¿Yo, actriz?” – ¿Y qué hay que hacer? – se apresuró a preguntar.

Él tomó un lápiz que se encontraba en una de las mesas junto al sofá y anotó rápidamente – Esta es la dirección y ahí está el horario, ve a verlo cuanto antes-  y le pasó el papel.
Ella miró el papel unos segundos, sujetándolo con ambas manos y luego le dedicó una dulce sonrisa. El chico en un gesto tímido se rascó la cabeza, como se le acabara de regalar una una caja de bombones.  – No sé cómo agradecerte – dijo ella pero si lo sabía.

Entonces ella, quien estaba sentada en el sofá frente a él, quien permanecía de pie, lo asió de los glúteos y lo puso frente a su cara, bajó su bragueta y se llevó su pene a la boca. Él le acariciaba la cabeza y la cara y ella de vez en cuando le dedicaba una miraba y le sonreía, luego con una mano empezó a masturbarlo y con la lengua empezó a recorrer sus testículos. Él se deshizo de sus pantalones y de sus boxers con absoluta maestría. Y abrió más sus piernas para que ella pudiese llegar a lugares más recónditos. – Oh nena – rugía él y ella empujándolo levemente lo obligó a sentarse en el sofá. Ella se arrodilló en el suelo, empezó de nuevo la felación y cuando él estaba a punto de estallar ella se detuvo.  Con una mano presionó su pene con fuerza y luego comenzó a acariciarlo lentamente, trazó pequeños círculos con su lengua, en cada testículo y luego la deslizó más abajo y la introdujo en su ano. Él se sacudió sintiendo el espasmo que el  placer le provocaba. Ella no se detuvo, mientras con una mano rítmicamente acariciaba su pene hasta que él no pudo más. La sujetó del pelo y le obligó a introducirse  el producto de su clímax en la boca. Ella se limpió los labios con una mano.

Él trataba de recuperar el aliento y ella le dijo – ¿Café? – él que no podía abrir bien los ojos y aún no volvía del todo en sí se limitó a asentir.
Ella volvió con una taza y se sentó junto a él. Antes de pasarle la taza se bebió un poco del café. Él la miraba extasiado, ella era preciosa, castaña, pecosa y de grandes ojos color miel, su cuerpo era pequeño pero tenía buenas curvas.  – ¿Cuántos años tienes? – le preguntó ella coqueta sin dejar de mirarlo – 22 – respondió él - ¿Y juegas fútbol o algo así? – Ella apuntó sus piernas musculosas, él sonrió y le contestó – Algo así –  se bebió un trago más de café y luego depositó cuidadosamente la taza en la mesita junto al sofá. A continuación se quitó la camiseta y descubrió ante los ojos de ella su abdomen perfecto.

 Ella que iba escasa de ropa lo imitó y quedó completamente desnuda. Se separó un poco de él, subió ambas piernas y flexionó las rodillas, y con una mano empezó a acariciarse ella misma, primero un pecho y luego con la otra la mano la entrepierna. El la miraba con absoluta concentración e instintivamente se sujetaba con una mano el miembro erecto.  

Ella comenzó a hacer círculos rápidos que abarcaban desde el monte de venus hasta la región anal, la lubricación salpicaba sus piernas entonces la primera sacudida llegó, y ella gimió – Quiero que me folles – le gruño. Él se levantó y sin demora la puso en posición de perrito y la penetró. Estaba tan mojada. Sujetó sus nalgas con las dos manos y empezó a sacudirla. De vez en cuando se detenía e introducía un dedo en su ano, lentamente. Ella estallaba en placer. Luego dos dedos y cuando estuvo lo suficientemente dilatada le introdujo el pene, lentamente y luego con vehemencia. Ella se apoyaba en un codo para no perder el equilibrio y con una mano seguía estimulándose. Tuvo otros cuatro orgasmos hasta que el no pudo más y se corrió dentro de ella.  Pero todavía no terminaba de salirse de ella cuando la puerta se abrió e ingresó el novio de ella.

El chico se apresuró a vestirse mientras ella intentaba incorporarse – Eres una maldita puta – le gritó el músico y ella comenzó a reír a carcajadas. Qué ironía, él hombre que la acostaba con sus amigos y luego quería prostituirla ahora estaba indignado.
-          No mi amor, solo se ocupaba de mi un hombre de verdad – le contestó sin dejar de reír a carcajadas. El chico termino de vestirse y se despidió como si nada pasara – Nos vemos – y el novio también levantó la mano para despedirse de él.

-          ¡Gracias! – le gritó ella antes de que la puerta se cerrara para no volver a ver jamás a aquel chico.

-          ¿Hiciste algo de cenar? –

-          Hazlo tú mismo, me voy a duchar -  le dijo ella misma agarrando su ropa. Y él quedó más consternado por la ausencia de la cena que por el espectáculo que acaba de presenciar. De hecho ¿porque tendría que haberle impresionado?

Al día siguiente ella guardó sus pocas pertenencias en una mochila y se largó. Visitó al productor con mucha ilusión pero no era lo que ella esperaba. Era productor de películas pornográficas. La paga era muy buena y no tendría que acostarse con personajes grotescos, al menos por el momento. Pasando los años eso ya no le importó. Vivía de fiesta. Rentaba un buen departamento y tenía cierto prestigio. No era una Geena Davis, pero tenía una buena cantidad de fans, seguidores en twitter, instagram y myspace. Cambió su nombre a Cherry Spank. Había remodelado su cuerpo con unos senos naturalmente imposibles en un cuerpo tan pequeño y labios ridículamente inflados con colágeno.  Y así diez años después de aquel primer vídeo y de haberse iniciado en la industria porno, estaba vacía. Quería retirarse y hacer algo diferente con su vida.

No tenía ni ahorros. Solo el coche y cantidades absurdas de ropa y zapatos. Y lo peor de todo no sabía hacer otra cosa además de follar, pero no importaba que terminara en la calle sin nada, no estaba dispuesta a seguir haciéndolo. Se había vuelto una agonía interminable.

Disfruto cada minuto que le otorgó Bob para que se recuperase de su anorgasmia. Se metió una tira de coca y salió a escena.  ¿Qué tendría en mente Bob? ¿Qué argumento “hiper elaborado” le estaría aguardando? Miro con aburrimiento el estudio. Todo el equipo de producción, las chicas acicalándose a un costado, más personas de la cuenta, algunos fumando, hablando, tomando café. Todo era gris, y a pesar de las luces de los reflectores, todo se veía demasiado apagado y transcurría con una lentitud escabrosa. Su mirada se detuvo en un hombre particularmente extraño (porque siempre habían cosas extrañas ahí) Era muy alto, la piel blanca casi transparente, pelo negro, ojos… ¿rojos? Quizás estaba drogado. Daba igual, pero no tanto, era desconcertante. “Por favor con él no” pensó ella en una súplica. Usualmente no hablaba con los actores, pero sintió el impulso de saber más de éste personaje que parecía sacado de un cuento de Lovecraft, solo le faltaban los tentáculos, o quizás no.

Bob se acercó a ella y le dio algunas indicaciones.  A continuación entró a la escena.
 Ella era una transeúnte que terminaría teniendo sexo en un callejón con un desconocido luego de que éste se la llevara por delante con su moto. Primero filmarían la escena de sexo en el muro y luego lo demás. Hicieron todo lo básico. Aburrido. Sexo oral, él luego ella. Lo mismo de siempre. Lo hacían en diferentes tomas y ángulos poco creíbles. Hastiada hasta morir. ¡Corte!- Gritaba Bob de tanto en tanto. Lubricante artificial. Ella se montó sobre una mesa de pingpong abandonada junto al depósito de basura. Acostada y con las piernas elevadas y las rodillas flexionadas para dar la mejor vista de sus partes nobles. El personaje se dispuso a penetrarla. Ella sintió un extraño escalofrío pero lo ignoró.

-          Lo haremos sin cortes, orgasmo creíble Cherry Spank … por favor –

Él empezó a moverse dentro de ella. Era extraño e incómodo. Se sentía como uno de esos juguetes sexuales, con textura rara. ¿No se ha depilado? Su miembro era helado. No sabía si era la coca o era el hastío, pero sintió como si su pene se ramificara dentro de ella. Se sentía débil. Él hombre parecía extrañado pero continuó moviéndose. Entonces ella sintió pequeñas agujas en todo su interior. Gritó y lo empujó violentamente, el hombre se retiró de ella e intentó volver a penetrarla, pero ella en un llanto histérico le ordenó que se alejara.

-          ¿Qué demonios niña? – aulló Bob
-          Cherry está muerta – le dijo llorando y rápidamente se vistió y se marchó ante los reclamos de Bob y otros más del equipo.

Pero no pensaba mirar atrás y mucho menos regresar. Se sentía morir, débil, con nauseas. Condujo hasta su casa, a donde apenas llegó, abrió la puerta y se desplomó.  Se despertó y el techo daba vueltas, al menos eso sentía. Todo estaba oscuro. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Se incorporó como pudo, buscó su móvil, no tenía batería.


Tenía recuerdos difusos, como los de un ebrio que no recuerda la noche anterior. Cuando conecto y logró encender su móvil se encontró con una infinidad de mensajes. La mayoría eran de Bob. Los ignoró todos, pero lo que no pudo evitar fue la sorpresa cuando vio la fecha. ¡Habían pasado tres días desde que abandonó el estudio! Se sintió angustiada. Consideró la posibilidad de haber estado en coma. No entendía nada. Se apresuró a prepararse un café, lo bebió y acto seguido lo vomito sin poder evitarlo. Corrió a mirarse al espejo, como buscando una respuesta en su propio reflejo y se encontró con su tez pálida y sus ojos rojos, entonces  recordó al sujeto extraño del set de grabación, esa apariencia que parecía que solo a ella le consternada. ¿Cómo alguien así podría conducirse entre  personas normales sin que nadie lo notase? ¿O no fue real? 

La ansiedad era cada vez mayor y sentía un vacío desgarrador en su interior. Se sujetó el abdomen y tembló.

Corrió al refrigerador y se llevó a la boca todo lo que se encontraba y a continuación lo volvía a rechazar.  La furia se apoderaba de ella y comenzó a romperlo todo. Se asfixiaba. No soportaba el encierro. Abrió la puerta y bajo corriendo las escaleras, descalza, con la falda subida por encima de la cintura y el top dejando escapar uno de sus senos. “¿Será que necesito un pase?” se preguntó, pero ella no era una adicta ¿o si lo era? Sentía que la angustia le iba a estallar en el pecho y se sentó en la calle a llorar. Se acomodó la ropa como pudo, todo estaba desolado, pero no traía bragas. Se sintió temerosa, había corrido como un animal varias calles alejándose de su casa. Entonces un hombre se acercó. Como era de esperarse, a esas horas y en ese barrio, era un asaltante – Miren lo que me trajo el gato – dijo con ironía y acarició su navaja y luego la deslizó por el cuello de Cherry.  Ella se levantó lentamente. Él hombre había notado que esa mujer hermosa, en medio de la noche y a su absoluta merced no traía bragas y estaba demasiado excitado como para pensar nada más y mucho menos preguntarse porque estaba allí sentada llorando.  Se liberó la erección del pantalón y la empujó al suelo, en un rincón. Ella quien al principio estaba muerta de miedo y veía el fin de su vida frente a sus ojos comenzó a tener una sensación singular, del centro de su vagina placenteras vibraciones surgieron y con locura esperaba el momento que la penetrara.

-          Vas a saber lo que es bueno puta – le dijo el hombre groseramente y comenzó a follarla – Ohh lo estás disfrutando maldita zorra, ahora voy a follarte el culo para que llores de verdad– pero ella no sentía un placer sexual, era algo aún más elevado, se sentía llena, la sangre fluía con fuerza por sus venas. Volvía a nacer. El hombre no pudo retirarse para cumplir su amenaza.  Era maravilloso, ni en sus mejores polvos había experimentado algo así, tan intenso, tan penetrante. Mientras el hombre seguía moviéndose pero se iba apagando y dejo de hablar, soltó la navaja y empezó a jadear, el clímax llegó pero para vaciar toda su fuerza vital en ella.

 El permaneció inmóvil dentro de ella quien sentía como su vagina continuaba contrayéndose y relajándose por varios minutos más hasta que se percató de que el cuerpo sobre ella no era más que una masa inerte. Se horrorizó y lo empujó. Gritó. No entendía nada.

Corrió con una agilidad y energía nunca antes experimentada, volvió a casa. A pesar del horror, se sentía libre, poderosa, llena. La angustia se había ido. Por el momento.
Estuvo toda la noche despierta, moviendo muebles, cambiando todo de lugar varias veces, sentía una fuerza asombrosa. No volvió a pensar en aquel hombre que acababa de morir sobre ella. Después de todo él la estaba ultrajando, merecía morir. Cuando el sol comenzó a asomarse se sintió exhausta, cerró las cortinas y se entregó al sueño. Un sueño profundo y exquisito.


De nuevo la noche la despertó. Un asomo de angustia y un atisbo de ansiedad incipiente. Sin saber por qué, se negó a dejar que esto prosiguiera, empacó rápidamente y se marchó. Condujo varias horas sin saber a dónde ir. Finalmente paró en un motel. La angustia se había apoderado nuevamente de ella, como una pesadilla recurrente aunque ésta vez tenía un poco más de auto control. 
Pidió las llaves en la portería. Entró a la habitación y se sentó en la cama. “Voy a planificar mi vida, voy a empezar de nuevo” pensó. Otra vez la sensación de vacío, pero no el vacío de su vida, sino el vacío de sus entrañas.

Se dio una ducha tratando de mitigar su ansiedad y salió a caminar. Había una pareja discutiendo en el parqueadero del motel. El chico fumaba y la chica le chillaba. Ella sonrió al pensar que afortunadamente siempre había sido libre, excepto cuando el músico drogadicto se sentía su proxeneta.  Ella se recostó contra un coche a observar divertida. La chica corrió y se metió a una de las habitaciones y el chico permaneció allí, pero se percató de que ella lo miraba y se animó a acercarse – Hola – le dijo sonriente – Hola – le contestó ella. Ahora él la observaba divertido y con algo de morbo, ella llevaba un pequeño camisón a penas cubierto por una diminuta bata y pantuflas rosa. Ella cerró los ojos y tragó saliva, era esa sensación de como cuando se intenta evitar el vómito, inevitable y embarazoso.

-          ¿Estás bien? Parece que has estado llorando, tus ojos están rojos – preguntó el chico. Era un joven de unos 25 años, bajo y regordete. Distaba bastante de ser el príncipe azul, pero ahora fingía estar interesado en ella.

-          Algo así – dijo ella, recordando que esa se había vuelto su frase habitual cuando no quería dar muchas explicaciones, la usaba desde que el guapo moreno de ojos verdes que un día se la follara 10 años atrás se definiera sí mismo como futbolista o “algo así” y ella jamás supo a qué se refería.  Divagaba porque trataba de evitar esa sensación que volvía a nacer en su vagina. Quería alejarse de la vida del sexo pero parecía haber adquirido alguna patología psiquiátrica como la ninfomanía. Se negaba a creerlo. El chico le seguía hablando, pero ella no le prestaba atención, una tormenta de sensaciones angustiosas le obnubilaban la mente, él le explicaba que su novia estaba embazada y que él no quería que tuviera el bebé…

-          Fóllame – le interrumpió ella con su ruego.

-          Vaya nena que eres directa –

Ella se sacó las bragas y abrió las piernas frente a él. El chico se sintió algo intimidado pero no podía sacar los ojos de su entrepierna, afeitada y húmeda.

-          Bien – dijo él – pero tendrá que ser rápido porque mi novia puede salir
Ella se sintió tan humillada que no atinó a responder. El trató de besarla pero ella no quería perder el tiempo. Entonces él la penetró y los ojos de Cherry brillaron como los de un gato, de rojos a dorados. La vida volvía. Todas esas sensaciones que tuvo en la calle una noche atrás, todas desfilaban por su cuerpo una vez más.

-          Ohhh – él llegando al orgasmo trató de retirar su pene para no correrse dentro de ella, pero ella lo detuvo. Lo necesitaba más tiempo dentro de ella – Mi Dios – dijo él en un susurro, cerrando los ojos y perdiéndose en la magia, pero al mismo tiempo sintiendo un agotamiento fuera de lo normal. Sensación de asfixia. Se alejó tambaleante. Se llevó las manos a la cabeza, ni siquiera se subió los pantalones. Finalmente cayó desplomado al piso.

Cherry no lo podía creer. ¿Qué pasaba? ¿Acaso ella era la “vagina asesina”? Era la segunda víctima de sus antojos incontenibles. La policía empezaría a investigar. Sin ningún remordimiento por el chico que yacía muerto en el piso corrió a buscar su maleta y las llaves del auto y huyó del lugar.




Así fue como empezó una travesía, viajando de ciudad en ciudad, durmiendo de día y cazando en la noche. Huyendo de la policía. Prostituyéndose o haciéndolo por nada, al fin y al cabo, debía hacerlo para vivir. La policía estaba desconcertada, pero no tenían pistas concretas, aun así ella depredaba cuanto podía y luego se iba.

Era como una leyenda urbana, la hermosa mujer rubia que recorría las calles nocturnas, semi desnuda, hambrienta de un sexo mortal.

Pasaron los años y su juventud seguía intacta. Miraba a través de la amplia ventana. Quería dejarse caer hasta la acera, 13 pisos más abajo. Había buscado a aquel sujeto durante muchos años, pero no lo había encontrado. Quería respuestas. ¿Qué había pasado aquella noche en el set de grabación? Cuando  sintió como tentáculos emergían de su pene y succionaba su vida a través de las paredes de su vagina. Quería una respuesta ¡maldita sea! Antes de partir. Gritó su mente.

-          Espera, eso va a ser inútil, eres inmortal – le dijo una voz a sus espaldas.

Era el hombre, a quien tanto tiempo había estado buscando. Estaba sentado elegantemente en el sofá y miraba hacia ella. Todo era demasiado extraño, desde el principio, así que como había llegado allí, precisamente en ese momento, era lo de menos.

-          ¿Que eres? – le dijo ella

-          Un vampiro – y le sonrió

-          Pensé que los vampiros eran interesantes, lo siento pero tú te ves patético -  dijo ella con cierto resentimiento

-          ¿Conoces algún otro vampiro? – le inquirió él

-          No, pero en las películas siempre son sexys – no pudo evitar sonreír y él tampoco-

-          No seas estúpida –

-          Bueno no tengo mucha cultura, solo películas de cuarta y guiones de porno – acotó – Supongo que no se nada- y calló con tristeza

-          Mmm somos una evolución del vampiro convencional, dormimos de día y nos alimentamos de sangre, pero no usamos los colmillos como sabes, sino unas membranas que recubren nuestros órganos sexuales, que se expanden y se adhieren a los órganos de nuestra víctima – Ella escuchaba aburrida porque todo eso de alguna manera ya lo suponía – Cuando el orgasmo se produce, el flujo de sangre en la zona es más importante por lo cual la extracción  es más poderosa y casi total -  él se levantó y la miró con desdén – Como los vampiros convencionales, si alguien no muere en nuestras manos, se convierte en uno de nosotros. Es lo que te pasó a ti –

-          Y ahora vienes a matarme – sentenció ella con cierto alivio.

-          No puedo hacerlo. Eres como yo –

-          ¿Por qué haces porno? – preguntó ella con resignación

-          Eso no te incumbe- sonrió – sin embargo, voy a responderte: por vanidad, siempre quise aparecer ante cámaras, utilizo la manipulación mental, la hipnosis  entre otras habilidades que tú no has desarrollado por lo que veo – se tocó la cabeza con dos dedos-  para conseguir todo lo que quiero.

-          Ya me parecía que Bob tenía que estar “idiotizado” para aceptarte – dijo ella riendo a carcajadas.

Él no rió – Solo vine porque sé que me andabas buscando… ¿Hay algo más que quieras saber?-

-          Si, supongo que tenemos algún punto débil, como todos los vampiros o ¿no? Una estaca en el corazón y ser decapitados… -

-          No exactamente, somos más vulnerables que eso. Una estocada o un disparo en el plexo solar, en el lugar exacto y toda la energía vital y la inmortalidad se escapan y nos resecamos como una lagrima en el viento – explicó

Ella camino de nuevo hacia la ventana y miro en lo más profundo de la noche. Quería alejarse de esa vida, del sexo, de la pornografía y ahora estaba atrapada en ese cuerpo con el cual tendría que follar eternamente para vivir.

Entonces tomó el puñal que tenía en una mesita junto a la ventana y se lo clavó entre las costillas, en el plexo solar. Rayos de luz escaparon por el orificio perdiéndose en las tinieblas como una estrella fugaz.



Su cuerpo fue cayendo desde lo alto de la ventana, como una hoja seca, que se había desprendido del árbol muchos años atrás, cuando su abuela la había echado de casa, que todo éste tiempo solo había vagado a merced del viento, que en una circunstancia o en otra, más tarde o más temprano, habría tocado el suelo. Y así fue.